01. La llegada. Matías

Matías tomó la página del periódico doblada, arrugada y manchada de lágrimas de su madre. Su mudanza en términos sentimentales, bien parecía una escena en blanco y negro; trágica y con música de fondo, bien podría ser Wagner, pesada e incomprensible, lo que provocaba tensión y un dejo de desesperanza a la escena; al despedir a su madre.

-No mames, como exagera...- dijo al aire.

Su mudanza que en total representaba trasladarse de la colonia Cuauthemoc a la Roma, un total 15 cuadras; para ella: equivalía a que el hijo partiera de la alemania nazi a las tierras de américa en medio de la guerra. Mismo drama, misma cantidad de lágrimas y un dolor acumulado provocado por la incompatibilidad de horarios de la señora y su "pequeño" vástago de tán solo 40 años de edad...

Circulaba lentamente en su pequeño Volkswagen color azul, sin dejar de mirar el espejo retrovisor, cuidando los movimientos del camión de mudanza que portaba su vida. Cuarenta años de algunos muebles, cuarenta años de libros, cuadros, objetos y pecera. Su preciada pesera. Los peces agitados dentro de su auto viajaban en un pequeño jarrón con plástico agüjereado que permitía la circulación del aire a su interior. Sus testigos, sus peces; los únicos invitados constantes a sus largas noches de vela, cuando la inquietud de querer tener una vida propia terminaba e iniciaba ese día.

Matias vivió hasta ese día en casa de sus padres desde su nacimiento. Creció y jugó en el pequeño jardín que su madre apreciaba incluso más que a sus propias cosas. Dió su primer beso, escondió sus primeras revistas pornográficas, sintió la punzada del deseo por vez primera y habló solo con la luna, en ese pequeño jardín.

A la muerte, hace 2 meses de su padre; había decidido vivir solo. Iniciar su propia vida y darle un 'hasta luego' a su madre que, como hijo único y ante la reciente soledad del padre; concentró toda su atención en Matias, atención que lejos de acercarlos más, los alejó y fue así que decidió finalmente cumplir el deseo secreto de su padre: irse de casa.

El azulado volkswagen se estacionó mientras el camión hacía maniobras ruidosas para ser sábado por la mañana, estacionandose en la puerta del 40 de la calle de Rocío.

Matias miró la fachada del edificio gris. Sobrio y elegante, el departamento que finalmente y casi a escondidas había rentado. Su calle. Un perro pasó e indiferente lo miró.

La ciudad despertaba, el sol levantaba su conocido camino y el aire comenzaba a agitarse. Los mudanzeros comenzaron a bajar sus cosas. Cajas, tapetes, muebles viejos, descoloridos, cuadros típicos, posters, cajones de ropa... emocionado Matías encendió un cigarro al mirar sus cosas. Parecían menos cosas que las que el había empacado. El espacio que ocupaban en la enorme caja del camión no llegaba ni a la mitad.

Una puerta del primer balcón, justo encima de la puerta se abrió. Alguien se asomó. La mirada inquisidora de Camilo se concentró en Matias. Se miraron de reojo. Camilo altivo vistiendo una bata blanca de seda estudiaba los muebles y objetos que poco a poco dejaban los hombres en la acera. Uno a uno los miró...

-¡Hay Dios! pero que pésimo gusto del vecinito nuevo...- habló Camilo para sí mismo. Volvió a mirar a Matias que fumando supervizaba la bajada de objetos.

Camilo entró a su departamento, encendió el equipo de sonido y la suave y decididamente bella de Madeleine Peyroux comenzó a cantar...

J'ai deux amours, Mon pays et Paris, Par eux toujours, Mon cœur est ravi, Manhattan est belle, Mais à quoi bon le nier, Ce qui m'ensorcelle, C'est Paris, c'est Paris tout entier...


La calle de Rocío cantaba... la sensualidad de la voz de Madeleine y el aire de mañana mareaba, el baile femenino de Camilo rompía con la belleza de la visión que daba comienzo al cuatro cuarenta.