08. A las catorce horas...

Juan.

El departamento de Juan, en blanco, muros blancos, techos blancos, telas blancas, blanco constante, generaba paz. Los pinceles en su gran colección de cuadros por todos lados, eran el toque de color. Como él lo decía: “Muros blancos, pisos claros, luz y sombra por todos lados; el color lo definen los seres humanos que lo habitan y lo toman haciendolo creación en sus manos… los cuadros, mis cuadros…”

El color plateado de la pistola automática ‘Walter PPK’ 9 milímetros junto a una mancha roja sacudían la vista. Rompían la perfecta armonía de lo blanco y color de arte. El rojo que corría por la camisa de Juan tirado en el piso, gritaba mudo, mudo color, estridente silencio.

El grito de Camilo, llamandolo, rompió el tranquilo sonido del viento entrando en las ventanas del departamento. Cortinas moviendose con la brisa, cortinas blancas. Los pasos apresurados, saltando escalones dejaban claros los pasos de Matías que subía las escaleras. La puerta abierta de golpe por Alfonso, de su departamento, al grito de Camilo, un piso arriba; dibujaba la cara perfecta de la sorpresa, hecha cuadro en el rostro de Alfonso. Se movió hacia fuera y caminó hacía el pasillo asomando su cabellera negra brillante, para alcanzar a ver a Matías corriendo hacía arriba.

Don José, abajo miraba la escalera y asomaba a la calle, la puerta abierta, la gente tranquila pasaba, el drama adentro pasaba… ¿qué tenía que hacer? ¿A quién llamar cuando suceden estas cosas…?

La sorpresa, el grito, las voces, los pasos, el caos en el cuarenta de la calle de Rocío…

María.

María alcanzó a escuchar el grito. Subió a su auto, sabía que sucedía lo que ella había presenciado y no quería estar ahí. Jorge la miraba sorprendido de la forma en que había subido al auto. Estaba revisando su celular y chateaba en ‘facebook’ cuando María subió corriendo al auto. Su cara estaba pálida, su mirada firme al frente… el chat quedo solo con preguntas, el timbre de entradas sonaba, preguntas, preguntas, no hay tiempo para pausas en un chat… olvidó poner “vuelvo”, “brb”, lo que sea… el tintineo seguía cuando el celular entró a la bolsa de Jorge que miraba cuestionante a María.

- ¡Vámonos! - Grito María.

Ordenó. Jorge encendió el auto y arrancó. La casacada de preguntas caían en su mente como la cascada de preguntas de su ‘facebook’ caian en su pantalla dentro de su saco, unas empujaban para salir por su boca, mientras las otras se ahogaban en la red mundial, unas jamás serían contestadas de forma directa, las otras quedarían convertidas en bytes sin bytes de respuesta…

- ¡Callate, no preguntes, núnca me preguntes, no digas nada… solo maneja y callate! –

Nuevamente gritó María. El auto se alejó, las calles seguían su paso de sábado. El reloj marcaban las 14:03 brillantemente en el tablero del auto. María comenzó a llorar. Jorge solo manejaba.

Matías.

La madre de Matías escuchó el silbido de la tetera anunciar que el agua estaba lista. La mujer cansadamente caminó hacia la cocina. Lentamente abrió el cajón y retiró la caja bellamente decorada con incrustaciones en varios tonos de madera. Un bello trabajo lleno de paciencia. Colocó la caja sobre la mesa y la abrió. Varios sobres con el anuncio de lo antigüo bien impreso decían “Lippton” y en colores tenues se mostraban. Paciencia de elección en un mundo rápido.

Despacio pasaba sus uñas color vino y perfectamente manicuradas en cada uno de los sobres. Cuantas veces había hecho ese toque suave en su vida. Caricia suave de lo conocido, del momento conocido… cuantas tardes, cuantas mañanas, cuantas noticias, cuantas lágrimas, tomandose el tiempo para elegir un sobre… Ese día, ese último día de elección de sobre tomó un “English Breakfast”… sintió presión en su pecho.

El dolor creció, más y más fuerte. Se llevó la mano al pecho y presionó la medalla de la Virgen de Guadalupe plateada y rodeada de un filo de oro que tanto atesoraba. Jamás se la había quitado desde que el padre de Matías se la había obsequiado en aquel 12 de diciembre de… no recordaba el año. Se sorprendió a si misma de pensar en ello, buscaba una fecha, un año. Quería recordarlo. El dolor crecía. No soportó más el dolor, se dobló en cuclillas, pensó en el momento en que Matías nacía, un dolor impresionante, pero lleno de emoción, venía al mundo su hijo. Su vista se nubló y recordó aquella sala, aquella luz fortísima que la cegaba. Los médicos a su alrededor. Un niño, un varón dijeron, el dolor llegó a su garganta. Calló al piso y apenas pudo susurrar…

- Matías… hijo, hijito, Matías… - No dijo más. Nunca dijo más.

María.

El reloj del auto marcaba la hora: 14:05

- ¡Dios! ¡Nosequedijesoloquieroqueestétranquiloquesupieralonuestroquelaniñaestababienqueerasumáximoleconfeséquesituveunamanteperoquelonuestrohabíamuertoquenoteníanadaquever…¡hay Dios! – gritó freneticamente María.

- ¡María! ¡Tranquilizate que no te entiendo nada, por favor habla más despacio! – alzando la voz Jorge trató de tranquilizarla.

El auto corría, Jorge había entrado al viaducto y rebasaba los 120 kilómetros por hora cuando desaceleró. Bajaron las revoluciones del auto y la música de ‘Enya’ daban un golpe tenue a la escena. La paz de la voz de Enya contra los gritos y sollozos de María. Escena extraña…

Jorge salió a la lateral y detuvo el auto.

- María, tranquila – la abrazó.

Sea lo que sea, cuentame, dime, que pasó. Solo le darías los papeles de la escuela de la niña, le comentarías acerca del viaje… ¿que sucedió?

- Nada Jorge, no quiero hablar jamás de lo que sucedió, jamás debió de haber sucedido… jamás debí de haberlo visto… nunca, nunca, soy una estupidanodebíhabermeabiertosoyunatontaloodioynosecomopudeamarloojalasematecomomedijoojalasemueratodotodoel… -

María rompía en llantos y balbuceos.

- ¡Carajo! Fijate que dices, fijate que estás diciendo. ¡No digas pendejadas!

María se bajó del auto sin pronunciar más palabras. Jorge golpeó el volante. Miró por el espejo y vió que María caminaba por la acera en sentido contrario a donde iban. Miró el espejo, a lo lejos un camión circulaba. Abrió la puerta y bajó del auto. Caminó hacia ella. La llamó. María aceleró el paso, su cabello cubría su rostro, sus manos sostenían su cara. Lloraba desconsolada. Jorge volvió a llamarla, María comenzó a correr llegando a la esquina. Jorge dudó y pensó en volver para apagar el auto que estaba en marcha. Arrancó la llave y al volver, ella caminaba apresurada. Corrió hacia ella, gritó su nombre. María giró. Miró sus ojos. Saltó y hecho a correr nuevamente cruzando la calle y el camión ni siquiera alcanzó a frenar. El golpe fue fuerte y el cuerpo de María voló varios metros acercandola a Jorge que miraba horrorizado…

‘Enya’ cantaba… el susurro junto al horror de Jorge se mezclaban con el rojo de la sangre de María, rojo puro, rojo que poco a poco se ensuciaba con el gris del pavimento. De rodillas Jorge miraba los ojos de María. El adiós fue breve.