09. tres días después...

Caminaban los tres lentamente. Camilo, Alfonso y Juan. Sobre el camino de tierra y piedras. Sendero por el que nuestros testigos de vida recorrerán junto a nosotros el último camino de la existencia de cada uno en los demás. De forma distinta, de forma viva... poco quedará de nuestro cuerpo. Tal vez mucho de nuestra memoria. La muerte es el final de la vida. Contrato ineludible. No hay vida sin muerte.

Matías caminaba al frente con la caja llena de cenizas. Cenizas de madre, cenizas del ser que le dió vida. Cenizas de quien fue cuerpo, pasión, dolor y vida. Nuevamente recorría el camino que no había tardado en pisar ni siquiera un mes desde la muerte de su padre. Su madre dejó de existir aquel día de su cambio de casa. Por la tarde, aquel día que todo terminó en dolor, en caos, en muerte... El cuarenta de la calle de Rocío había sucumbido al desorden.

Matías había terminado de mudarse. Ahora con más cosas. Cerrar y ponía en venta la vieja casa de sus padres. La ausencia de su madre lo llenaba de dolor. Quería irse hace menos de un mes, pero nunca pensó que a su partida, su madre no tardaría en partir también. En solo unos meses su vida había girado por completo. De estar con ambos; papá, mamá, vida, silencios, rezos, amor perdido... a la soledad que hoy lo vestía de negro. Estaba solo acompañado por su familia, acompañado por sus vecinos y nuevos amigos, estaba solo sin alguien en quien poder llorar en el hombro. El lugar y el camino de tierra y piedras era recorrido por muchos. Pero Matías estaba solo. Matía se sentía solo.

Juan tenía los lentes oscuros que confirmaban su silencio. La herida de bala que apenas había rozado su frente la cubría un discreto parche blanco. Su mirada no se adivinaba. Juan llevaba días sin hablar, sin pronunciar nada. No decía nada de los hechos. Solo lloraba y abrazaba... Juan no hablaba, Juan no hablaría por un tiempo, Juan tenía una conversación dolorosa en su interior. Juan al salir del hospital se encerró en su departamento hasta ese día, que sin esperarlo, Alfonso y Camilo lo encontraron de pié a la entrada del edificio. Vestido todo de negro y sin pronunciar palabra, haciendo solo un gesto de ser parte del cortejo.

Conversaciones internas en su mente. De esas conversaciones internas que pueden empezar y seguir por días. Conversaciones que hacen doler la cabeza. Conversaciones que lastiman con los rayos de un sol que llega, la lógica. Pero que se estimulan bajo la tenue sombra de la luna, la imaginación. Conversaciones de dolor y pena. Día y noche. Negro y blanco. Bien y mal.

Conversaciones que matan ideas. Conversaciones donde vestidos o desnudos, divaga nuestra mente en sucesos y no sucesos. Nuestra mente se apaga y se prende, nos mata, nos desdibuja, nos somete. Verdades y mentiras. Monstruos y hadas. Promesas rotas, sinceridad que atropella la verdad de creer trascender. Trascendencia que fue solo engaño, nulidad de realidad creída. Expectativa rota. Asesinato de lo que vive en nuestras creencias.

El acero que pudo romper la existencia misma quebrando huesos y haciendolos volar en mil pedazos. Bala perdida que quiso romper con la misma verdad con que otra bala había sido lanzada. ¿Con que objetivo -Acaso- con el el solo obejtivo de hacer perder la cordura del orden creído... del orden que no estaba en orden, con el desorden de la verdad en una realidad que siempre no fue lo real?

Una bala que por simple acto reflejo no atinó a destruir lo que no debía destruirse y en verdad debía ser solo aceptado para no destruir más de lo que ya había roto. Una bala que pudiera ponerle fin a la vida de una mujer que pronunció palabras que mataron toda una historia. Una bala que dirijida a quien destruía un hecho, dejando salir la más cruel realidad, giraba sobre su propio eje y se colocaba en la sien de quien era aniquilado en palabra y casi al calor de la polvora...

Un proyectil que a misma velocidad que en materia salía por un cañón, salía convertido en palabras fulminantes del cañón cubierto de labios delineados y que habían sido besados, vejados, devorados e infielmente robados...

Palabras que el sonido las convertía en mortalidad volatil hecha mensaje, hecha voluta de mal presagio. Palabras que María dejaba sonar, saliendo de su boca, apoyandose en sus cuerdas bucales, animada por el oxigeno que convertido en sonidos, llegaban y entraban en los oídos de Juan y rompían un sueño, una esperanza, un amor, un cariño, una vida...

Palabras que Juan recordaba y sentía como rodaban las lagrimas por su rostro, lagrimas que quemaban y ardían y dejaban un zurco invisible de perder la confianza en todo. María se esfumaba, su muerte no evitaba saber la verdad. Su muerte, posterior a la muerte de un sentir, de una luz.

El camino de tierra y piedras alzaba polvo. Polvo somos. Los pies de Juan lentos. Alfonso lo miraba, cuidaba de que no tropezara. Camilo sentía. Sentía su dolor sin comprenderlo. Lo sentía, lo hacía suyo.

Un ave pasó. Levantó su volar. El campo verde. Vida y muerte...

Juan levantó la mirada cuando todos se detuvieron. Matías colocó la caja dentro del muro blanco. Muro que reflejaba la luz. Muro que iluminaba los rostros de todos los que miraban los movimientos de Matías. Se arrodilló. Se escuchó un sollozo. Era Juan. Se quebraba. Alfonso tomó su brazo, sintió como se desvanecía. Se incorporó.

Matías giró. Caminó lentamente. Sonrió ligeramente a quienes lo rodeaban. Caminó hacia los tres. Juan dió un paso, se abrazaron.

- Mi madre ya descanza en paz - dijo Matías al abrazar a Juan.

- Lo sabemos amigo. Tu madre te amó como nosotros amamos a los nuestros - Juan habló. - Y los nuestros siempre lo serán... padres e hijos; aunque me digan, que la mía no es mía, es mi hija y siempre lo será... -