10. Cabrón

Alfonso estaba abatido. En tropel los recuerdos eran fuertes y el sólo paseo por el panteón lo habían puesto melancólico. Puso a Blunt.

El recuerdo de Amanda; lo que fue, la historia, el encuentro, el desencuentro, su pareja Martha, su bisexualidad, su heterosexualidad, su afán de aniquilarse, su encuentro con la muerte, el "mal del amor", la muerte lenta, el abandono, la crisis, el surgimiento del amor, la pasión vuelta dolor... todo en un sólo día, era mucho para Alfonso.

La ultima vez, previo a esa tarde en que había pisado un cementerio, fue para depositar las cenizas de Amanda. Su unica acompañante presente: Martha.

Amanda, la mujer que sí enamoró al fauno, la mujer que destronó el poder de Alfonso para mantenerse lejos de amar, de entregarse, de cederse; pero que sin querer provocó el inevitable alejamiento de Amanda, amor-desamor que la dejó en declive, la llevó a ser víctima de sus propios deseos, la envío a los brazos de muerte; que cuando ambos, Amanda y Alfonso se dieron cuenta; fue tarde y sus culpas, si acaso había; las someterion a la compañía de los ultimos días. Los albores de muerte que en el abandono de quienes se decían amigos, abandonan. Donde la familia, que debiendo seguir la llamada de la sangre, permite el juicio ajeno y abandona a quien se critíca, critíca por exponer, exponer su verdad. Exponer lo que le es válido, congruente y sincero.

Alfonso conoció a Amanda la noche en que triunfaban sus éxitos publicitarios con el lanzamiento de el nuevo canal que sus amigos abrían. La imagen que el había sacado de la nada, del desconocimiento de las miles de páginas de catálogos de modelos, surgía en Amanda.

Amanda, muy jóven. Iniciaba su carrera en el mundo cruel e iluminado de la pasarela, de la mirada obscena, del deseo encapsulado, de las citas no claras; de la venta de ideales y fantasías.

Originaría de un pequeño poblado a las afueras de Montevideo, era apodada como la argentina, ella consciente en su silencio y falta de interés en explicar o siquiera anotar, del profundo desconocimiento de los básicos de la geografía en los demás... al confundir cualquier acento entre Uruguay y Argentina.

Amanda que bendecida por los genes europeos italo-españoles, mezcla mágica y sensual, penínsulas ambas, orillas, extremos altivos que miran al continente con desdén y al mar con ambición; cuna de reinos, emperadores, reyes y doncellas; era pareja de Martha cuando ambas conocieron a Alfonso. Amanda que declaraba gustar de hombres y mujeres por igual, mantenía una relación de amor, de convivencia y de mucho respeto con Martha. Martha que solo quería a Amanda y que sus razones sexuales no eran puestas jamás a juicio, permitió, primero divertida al fauno Alfonso acercarse a su amada, pero con el tiempo odió esos días de aparente diversión. Odió no por perder a su amada, a su Amanda, odió por encontrar en Alfonso al hombre del que se enamoraría y que desencadenaría un dolor inmenso en ella y en Amanda.

Un triángulo que los griegos bien podrían tomar como ejemplo de alguna de sus mejores tragedias. Un triángulo que desataría los celos incontrolables de Amanda al verse perder a lo que le significaba su razón de ego y confundida sentía que le pertencía. Ese hombre que sin amar, sí lograba controlar.

Un triángulo que provocaría que Martha rompiera por completo con Amanda y pusiera en duda sus razones y motivaciones en cuanto a lo sentimental de su vida. Un triángulo que derrumbarían la estrategia y planeación desmedida e irresponsable de Alfonso, dejando a Amanda arrojarse a un juego de exceso y desmedida que la llevarían al encuentro mortal, al momento del 'no quererse' y dejarse invadir por el 'virus del amor' inconscientemente conciente del riesgo...

Un triángulo que desvanecería por completo la posibilidad de alguno de los tres, con ninguno de los tres. Un algo que de empezar en juego, sucumbió en la muerte de Amanda, en la huída de Martha y en la larga y penetrante tristeza de Alfonso que por un año, lo llevarían a caminar sin dar pasos. A llorar sin poder derramar lagrimas. En reir sin alegría. A pensar en lo que jamás había pensado y a extrañar a ambas, a la pasión de Amanda, al amor de Martha... extrañar lo que pudo ser. Una culpa que le sería un fantasma desde entonces.

Amanda que dejaba en su suave caminar, en su suave paso, en su breve paso, la estela de sus piernas y cuerpo que siempre mostraba grosera y atrevidamente. Amanda que no tardó en conquistar la pupila del publicista. No pasaron siquiera dos o tres días en que el fauno mercadológico clavara sus fauces en la niña que apenas, con cara de conocer; aprendía el sutil desencuentro de pudor con el encuentro de piel que nada tiene que ver con intereses reales o 'profesionales'.

El día que se encontraron, Alfonso quedaba atrapado, atrapado en la mirada tierna y suave de Amanda. Atrapado en el cuerpo, en el pelo y en cada movimiento que la uruguaya hacía. Amanda, a su vez, en la lejanía del hombre que aparentaba no querer acercarse. Sus pupilas la alertaban del desinterés real que Alfonso creía no mostrar.

Su bien practicada sensualidad de hombre alejado pero presente, los suaves modos del que atiende pero que a la vez desatiende. La casi segura estrategia de no interesarse en quien captó toda su atención, pero sin ceder a su propio poder de la autosuficiencia aparente; que bien podría catalogarse como clave segura de éxito con mujeres latinas.

Alfonso conocía el juego. Maestro en el mismo. Tirador certero compulsivo del "cabrón" que a casi todas fascinaba, más que por sus propios atributos, por la simple presencia de la palabrita...

Cuantas veces no había escuchado lamentos, críticas, charlas de mesa ajena femenina donde tras toda la explicación debida (por demás casi típica en ciclos...), siempre terminaba con la palabra mágica, la inconfundible sintesis de cualquier "amor" frustrado... siempre con el punto final:

- "...es un cabrón".

Masoquismo femenino que se torna en sadismo ya que a la aparición del siguiente "cabrón", se ceden todos los derechos, aprendizajes, promesas, etcétera que no sirven de nada...

Alfonso la tenía clara: "ser cabrón es sin opción..." dicho anónimo de mesas masculinas, donde se aconseja, ser uno mismo; solo a puerta cerrada si no quieres ver tu corazón desangrarse.

Cabrón, bien cabrón sedujo a Amanda. La llevó a cenar, a caminar, a abrazarla, a besarla y finalmente a decirle que no apresuraran nada cuando estaba plenamente seguro que ella estaba dispuesta a sentirlo en ella, dentro de ella, profundamente en ella...

Alfonso, bien cabrón, se tomó el tiempo debido, de pasar a ser victima, cuando que jamás deja de ser el cazador.

La primera vez... dejó que el juego del vino y la música en su departamento perfectamente adecuado para sus cacerías, jugara con los sentidos de Amanda de forma delicada. Dejó que el unico platillo que conocía a la perfección, aromatizara el encuentro. El delicado aroma del pastel de trufa con chocolate generaron sonrisa y un constante tocarse el pelo de Amanda. En su mirada se anotaba el triunfo cuando delicadamente le servía la copa de vino; copa que haría efecto directo en su cerebro, relajando cualquier tensión, acompañado de una suave y pausada plática de como hacer el 'pastelito', sacando de su mente en proceso de relajación cualquier alerta de seducción en ella. Hizo incapié en el movimiento de sus manos, seducción escondida que a la vez del escuchar la música, su voz y el constante vaiven, reforzado con la nariz tapada de aroma chocolatoso, generaba un efecto hipnótico.

- ¿Por que me miras así Alfonso? - Preguntó coqueta Amanda, al ver que el hacía pausas en su charla fijando su mirada en sus ojos.

- Realmente eres muy bella... - Contestaba sin parecer contestarle, más como diciendoselo a sí mismo. Nuevamente -cabroncisimamente- sabiendo que el responder sin respoderle generaban más atracción al asentir en algo para sí mismo, que no había mujer en el mundo que no deseara. Sentirse bella.

Comieron de pie. El Cabrón de la noche buscaba libertad de movimiento, no quería quedar atrapado a la limitante de unos cuantos movimientos encerrado en un sofá. Mucho menos sentado en un silla, donde la postura de ambos generaba siempre deseos de acomodo para verse mejor... De pié Alfonso dejaba clara su comodidad de la amplia camisa blanca suelta, con el fondo bajo de sus pantalones negros y zapatos negros perfectamente brillantes y que, cuando se movía, siendo muy observado por Amanda, dejaba adivinarle el cuerpo del fauno cabroncete.

Alfonso fue acercandose lentamente a ella, dando varias probadas del pastelito "culpable" directamente a la boca de Amanda. El miraba cada una de las líneas que se hacían en sus labios y rostro cada que ella probaba alimento. Había mujeres que al comer, disfrutaban. Ello era un verdadero placer verlo. Las caras que son similares al placer sexual, pueden ser un festín a quien sabe observar. A aquellos que no corren prisas, que no elaboran escenas 'fast forward' que limiten el placer del encuentro de una mujer con un hombre a solo el acto... aburrída película de mal sábado. Digna de director de cine amateur porno. Hacer el amor empieza desde la palabra, desde la mirada y muchas, muchas horas antes de llegar siquiera a tocar el colchón.

Alfonso, abusivo de su propia belleza, conocedor de sus propias limitantes, sabedor de sus carencias, cabronamente aprendía. Amanda cual presa solo disfrutaba la caricia de un pastel delicioso entrar en su boca, deslizarse entre su lengua. Sentir el olor y sabor del chocolate caliente invadir sus celulas. Cada pedazo, cada mordida eran un embate en su interior que dejaban espacio para más y más... Después, a medianoche ese embate sería el cuerpo de Alfonso, entrando en ella, sintiendolo todo, dejando en cada bocanada de aire espacio para sonreír y sentir la magia de la subida deliciosa de la temperatura y el ritmo del cuerpo que llega a una cuasi explosión en cada orgasmo que llenaba su cuerpo y que no dejaba de sentir al fijar su mirada en las pupilas de Alfonso.

Esa noche no dormirían hasta el alba. Hasta que ambos cuerpos, bellos y desnudos quedaran entrelazados en un abrazo no preparado. Un dejó de brisa que entraba por la ventana moviendo las cortinas transparentes que asomaban a la mañana. Los muslos de ambos entremetidos entre ellos, las nalgas de Alfonso dibujadas en blanco y negro tornandose de colores suaves conforme el astro rey iluminaba la habitación. Ella, boca arriba entregada al sueño por completo se movía lentamente. Sus senos subían y bajaban sueltos, bellos, perfectos, pequeños. Su vientre dibujaba una mirada forzada a recorrerla toda. Bajar por su vientre, llegar a sus caderas, dibujandose dos montículos donde la cadera parece apretar la piel. Su sexo en aquellos trazos, dejaba sólo una línea de vello más oscuro que anotaba el cuidado que en lo íntimo ella tenía. Semi abiertas sus piernas permitían rodear como con pincel los muslos en descanso, bronceados, líneas perfectas que bajaban por sus pantorrillas y remataban en dos pies descalzos y naturales, nada artificial que dibujara el trazo natural.

La brisa los abrazaba. La brisa los tocaba. La calma del sueño de pareja daba la bienvenida al día que comenzaba. Al día en que Alfonso comenzaría a sentir algo extraño que pondría en peligro su cabroncísima vida de cabrón... pero que el mismo juego terminaría por darle el mayor revés que jamás habría de vivir. Ese día Amanda ocuparía más allá que su cama y dejaría a otra mujer entrar en su cabeza de cabrón, para, peligrosamente, acercarlo a ser un verdadero hombre.

4/40

Alfonso recordaba esa noche sentado en su sofá. Miraba la mesa de cocina comedor, donde había iniciado el conocer a Amanda. Alfonso la extrañaba, extrañaba como se extraña a quien se sabe que no puede volver. Melancolía que se acentuaba con la música del disco que había puesto a sonar en su equipo de cabrón. James Blunt sonaba. Su voz inundaba el departamento... "Wiseman" sonaba cuando la calma de la tarde se convertía en noche.

La puerta de la entrada principal del edificio se abrió. Nuria entraba con la llave que Juan le había dado. La tenue luz del pasillo de entrada la iluminaban. No sabía nada o casi nada de él desde la ultima vez que lo visitó en el hospital tras el fatídico evento de María. Subió las escaleras intentando escuchar ruidos o alguna señal de movimiento en el cuarenta de la calle de Rocío. Escuchó la música venir del penúltimo piso. Alfonso estaba.

Cuando llegó a su puerta, dudo. Puso su mano en la madera de la puerta y sintió los sonidos de Blunt. Juan no había contestado a sus mensajes y la maldita contestadora seguía anotando sus llamadas perdidas. El celular sin señal y los mensajes que enviaba en el mismo no eran siquiera leídos.

En un mundo con tantos canales de comunicación, es ya imposible no "darse" por enterado de la busqueda de alguien, solo si precisamente... no se quiere uno dar por enterado. Así de simple. O el estar en la punta de un cerro a donde el 'territorio' termina, ahí vendrá la siguiente pregunta... ¿y con quién?

Nuria tocó. La música bajó el volumen. Escuchó los pasos y la puerta se abrió.

- ¡Nuria! ¿Cómo estás?... pasa, por favor pasa. ¿No está Juan? -

- Hola Poncho. No sé, no responde nada... ¿sabes de él? - contesto Nuria, pasando al departamento y sabiendo que era recorrida de cabeza a los pies por la mirada de Alfonso. Exageró sus movimientos y de forma vulgar se dejó caer en el sillón, solo cuidando que la falda no subiera demasiado por sus muslos y le diera festín de vista a Alfonso...

- ¿Puedo ofrecerte algo?... no sé de él desde hace varios días. Al parecer está con su hija y creo que hace bien, lo necesita después de lo de... lo sucedido ¿entiendes? - Dijo Alfonso de pie, mirandola y adivinando sus movimientos y exagerada actuación.

- No Poncho, nada, gracias; agua si acaso ¿tienes agua o solo alcohol para tus victimas?... - dijo divertida mirando a Alfonso caminar hacia su cocina y sabiendo que la última parte de su comentario generaría un juego que estaba a punto de iniciar. Más por enojo que por diversión. Enojo de no ser necesitada cuando se supone que podría acompañar al hombre que amaba en un momento difícil. Pero a la vez, enojada entendiendo que estaba fuera por completo del panorama de discusión de los eventos que orillaron a la estupidez de Juan de intentar suicidiarse y luego al espantoso accidente de María que la llevarían a la muerte.

Alfonso hizo una pausa pero no giró a mirarla. Abrió su refrigerador y sacó una botella de agua. Tenía muchas. Perfectamente ordenadas. Efectivamente sus 'víctimas' tomaban mucha agua, era como una similitud en el género. Toman agua como si nunca tomaran. Toman agua como si el género femenino estuviera en una crisis mundial de hidratación. Siempre se preguntaba si ello no era más un paliativo hacia el querer mantenerse en línea o en una necesidad bucal de alguna índole...

Sirvió el contenido en un vaso con hielos. Caminó y alargando su brazo se lo dió a Nuria que al tomarlo tocó brevemente los dedos de Alfonso, sintiendo la frialdad de los dedos que acababan de tocar el hielo. Alfonso lo notó. No hizo movimiento alguno para evadirlo y al contrario sonrió.

Sentados uno frente al otro se miraron... el silencio no era incomodo, era más un preambulo al juego que Nuria había iniciado. O bien podría no hacer caso y pasar a otros temas. Muchos no habría, pero algo habría... A Alfonso lo intrigaba la visita. Era evidente que Juan no estaba, pero de ello a que ella decidiera ¿buscarle? ¿tocar? ¿pasar?...






09. tres días después...

Caminaban los tres lentamente. Camilo, Alfonso y Juan. Sobre el camino de tierra y piedras. Sendero por el que nuestros testigos de vida recorrerán junto a nosotros el último camino de la existencia de cada uno en los demás. De forma distinta, de forma viva... poco quedará de nuestro cuerpo. Tal vez mucho de nuestra memoria. La muerte es el final de la vida. Contrato ineludible. No hay vida sin muerte.

Matías caminaba al frente con la caja llena de cenizas. Cenizas de madre, cenizas del ser que le dió vida. Cenizas de quien fue cuerpo, pasión, dolor y vida. Nuevamente recorría el camino que no había tardado en pisar ni siquiera un mes desde la muerte de su padre. Su madre dejó de existir aquel día de su cambio de casa. Por la tarde, aquel día que todo terminó en dolor, en caos, en muerte... El cuarenta de la calle de Rocío había sucumbido al desorden.

Matías había terminado de mudarse. Ahora con más cosas. Cerrar y ponía en venta la vieja casa de sus padres. La ausencia de su madre lo llenaba de dolor. Quería irse hace menos de un mes, pero nunca pensó que a su partida, su madre no tardaría en partir también. En solo unos meses su vida había girado por completo. De estar con ambos; papá, mamá, vida, silencios, rezos, amor perdido... a la soledad que hoy lo vestía de negro. Estaba solo acompañado por su familia, acompañado por sus vecinos y nuevos amigos, estaba solo sin alguien en quien poder llorar en el hombro. El lugar y el camino de tierra y piedras era recorrido por muchos. Pero Matías estaba solo. Matía se sentía solo.

Juan tenía los lentes oscuros que confirmaban su silencio. La herida de bala que apenas había rozado su frente la cubría un discreto parche blanco. Su mirada no se adivinaba. Juan llevaba días sin hablar, sin pronunciar nada. No decía nada de los hechos. Solo lloraba y abrazaba... Juan no hablaba, Juan no hablaría por un tiempo, Juan tenía una conversación dolorosa en su interior. Juan al salir del hospital se encerró en su departamento hasta ese día, que sin esperarlo, Alfonso y Camilo lo encontraron de pié a la entrada del edificio. Vestido todo de negro y sin pronunciar palabra, haciendo solo un gesto de ser parte del cortejo.

Conversaciones internas en su mente. De esas conversaciones internas que pueden empezar y seguir por días. Conversaciones que hacen doler la cabeza. Conversaciones que lastiman con los rayos de un sol que llega, la lógica. Pero que se estimulan bajo la tenue sombra de la luna, la imaginación. Conversaciones de dolor y pena. Día y noche. Negro y blanco. Bien y mal.

Conversaciones que matan ideas. Conversaciones donde vestidos o desnudos, divaga nuestra mente en sucesos y no sucesos. Nuestra mente se apaga y se prende, nos mata, nos desdibuja, nos somete. Verdades y mentiras. Monstruos y hadas. Promesas rotas, sinceridad que atropella la verdad de creer trascender. Trascendencia que fue solo engaño, nulidad de realidad creída. Expectativa rota. Asesinato de lo que vive en nuestras creencias.

El acero que pudo romper la existencia misma quebrando huesos y haciendolos volar en mil pedazos. Bala perdida que quiso romper con la misma verdad con que otra bala había sido lanzada. ¿Con que objetivo -Acaso- con el el solo obejtivo de hacer perder la cordura del orden creído... del orden que no estaba en orden, con el desorden de la verdad en una realidad que siempre no fue lo real?

Una bala que por simple acto reflejo no atinó a destruir lo que no debía destruirse y en verdad debía ser solo aceptado para no destruir más de lo que ya había roto. Una bala que pudiera ponerle fin a la vida de una mujer que pronunció palabras que mataron toda una historia. Una bala que dirijida a quien destruía un hecho, dejando salir la más cruel realidad, giraba sobre su propio eje y se colocaba en la sien de quien era aniquilado en palabra y casi al calor de la polvora...

Un proyectil que a misma velocidad que en materia salía por un cañón, salía convertido en palabras fulminantes del cañón cubierto de labios delineados y que habían sido besados, vejados, devorados e infielmente robados...

Palabras que el sonido las convertía en mortalidad volatil hecha mensaje, hecha voluta de mal presagio. Palabras que María dejaba sonar, saliendo de su boca, apoyandose en sus cuerdas bucales, animada por el oxigeno que convertido en sonidos, llegaban y entraban en los oídos de Juan y rompían un sueño, una esperanza, un amor, un cariño, una vida...

Palabras que Juan recordaba y sentía como rodaban las lagrimas por su rostro, lagrimas que quemaban y ardían y dejaban un zurco invisible de perder la confianza en todo. María se esfumaba, su muerte no evitaba saber la verdad. Su muerte, posterior a la muerte de un sentir, de una luz.

El camino de tierra y piedras alzaba polvo. Polvo somos. Los pies de Juan lentos. Alfonso lo miraba, cuidaba de que no tropezara. Camilo sentía. Sentía su dolor sin comprenderlo. Lo sentía, lo hacía suyo.

Un ave pasó. Levantó su volar. El campo verde. Vida y muerte...

Juan levantó la mirada cuando todos se detuvieron. Matías colocó la caja dentro del muro blanco. Muro que reflejaba la luz. Muro que iluminaba los rostros de todos los que miraban los movimientos de Matías. Se arrodilló. Se escuchó un sollozo. Era Juan. Se quebraba. Alfonso tomó su brazo, sintió como se desvanecía. Se incorporó.

Matías giró. Caminó lentamente. Sonrió ligeramente a quienes lo rodeaban. Caminó hacia los tres. Juan dió un paso, se abrazaron.

- Mi madre ya descanza en paz - dijo Matías al abrazar a Juan.

- Lo sabemos amigo. Tu madre te amó como nosotros amamos a los nuestros - Juan habló. - Y los nuestros siempre lo serán... padres e hijos; aunque me digan, que la mía no es mía, es mi hija y siempre lo será... -