13. La mañana

Amanecía. El cuarenta de la calle de Rocío como monumento y no edificio vivo, en silencio. La brisa de mañana tocaba su fachada. Suave la acariciaba. La textura de su fachada, macizos, vanos, balcones, ventanas eran recorridos por la luz. Traviesamente dejaba ver los oscuros, convirtiendolos en claros. Sus tabiques rojos ocre pasaban a reflejar el sol tímido de la mañana. Algunos balcones abiertos eran seducidos por las cortinas blancas casi transparentes. Camilo cerraba todo, como parte de su propio ser, cerrado. Matías, en duelo, también cerrado. Había colocado un moño negro en una cornisa de su balcón central. Dejaba claro su estatus. Alfonso abierto, sus cortinas se movían despacio y hacían juego con sus vecinas de arriba, las de Juan.

Por la calle pasaban pocos autos. La vieja de siempre que puntual en su horario regresaba apenas de la misa de mañana. Despacio, caminaba paso a paso. ¿Cuántos pasos habrá dado en su vida? ¿Cuánta pena guardará en su tierno corazón de vieja? ¿Cuántos pecados autoimpuestos presionarán su válvula cardiaca, alguna vez jóven? Caminaba con mirada seria y solo mirando el piso que recorría... ¿Por qué esa imagen tán triste? Por qué tantos viejos se dejan llevar por la tristeza. La melancolía es bella, pero debe de ser como la pimienta, poca y en medida. ¿Acaso el pasado deja solo sentimientos de tristeza? ¿Acaso el ser viejo, debe de llevar eso? El cuarenta de la calle de Rocío; ese que soy yo, el que cuenta esta historia, pero que los confundo hablando en tercera persona, soy viejo y tengo mucho pasado, sin ser triste...

Fuí construído en los inicios de los años cincuenta. Mis primeros ocupantes en mis 4 departamentos eran de una nueva generación que creía más en vidas interiores que en las del campo. Mi ciudad comenzaba a crecer como nunca lo había hecho. Parejas jóvenes llenas de ilusiones que escuchaba por las noches planear, soñar, hacerse el amor, pelear y llorar en mis muros. Debo de haber recibido a una veintena de niños nuevos. Cuide en mis muros y dí luz y aire a muchas mujeres con sus pancitas tocarselas. No hay forma más clara de admirar la ilusión humana, que una madre tocando y admirando su vientre con la nueva vida dentro. Ví a muchas. Me considero padrino de todos esas niños y niñas que sus primeras noches en esta ciudad fueron bajo mis losas.

Algunos incluso me visitan. Vienen años después a verme. Vienen con sus hijos, sus amores, sus amigos. Me miran, me observan, señalan el balcón donde jugaban, donde veían, donde soñaban, donde lloraban. Soy parte de sus vidas...

La muerte, como todo, natural es parte de mi también. Muchos han muerto en mis sombras. Muchos me han asustado sosteniendome fuerte para ser algo seguro como lo hizo Juan. Muchos han azotado mi puerta y sobretodo, muchas. Con Alfonso no me quejo pues balancea bien el ejercicio, desde su forma sensual de cerrar mis puertas, hasta los grandes azotes de alguna de sus presas.

Me han pintado muchas veces, he pasado por muchos cambios de color; pero debo de reconocer que si alguien usa colores es Camilo. Me ha cambiado de color en el interior de su departamento no menos de 10 veces. Creo que su humor maneja el color, o será que el color maneja su humor; como sea, a cada rato me mete fajes de color...

Hay quien no me toca. Don José solo clava clavos. Herramienta nueva que se encuentra, compra, o cambia; clavo nuevo. Es increíble la cantidad de clavos que tiene puestos en sus muros del pequeño espacio que ocupa. Al fondo del edificio en la planta baja. Conserje le dicen.

Pero lo más bello de todo es lo que escucho que ellos escuchan. En tantos años podría decir que soy experto en música. Toda la música que ustedes los humanos crean me fascina. Así como yo fuí creado en un pequeño escritorio por un soñador arquitecto que quiso reflejar su visión de lo que hoy soy, es bello. Crear. Ojala todos crearan. Crear es algo que yo no puedo hacer. Pocos elementos pueden hacerlo. El humano puede, pero son tantos los que no quieren hacerlo. Lo dejan ya sea por sencillez o por dejar, en manos de los "expertos"... que estupidez cuando todos ustedes son creadores. Crear es generar riqueza y debería de ser la primera responsabilidad de ustedes los humanos. Cuando niños se la pasan creando mundos, aventuras, historias, miles de cuentos. Los he escuchado en muchos rincones de mis ser hacerlo. Cuando crecen y comienzan a amar a un ser, crean. Crean poemas, crean similitudes, crean belleza; ¡ni se digan cuando crean vida!

Pero algo les pasa que un día dejan de hacerlo. Dejan de buscar, dejan de preguntar, los llena algo que la vieja que pasa me ha enseñado cuando se enoja y grita a algun perro que no la deja pasar: ¡Soberbio!

Si, se vuelven soberbios. Dejan de querer preguntar. Dejan de querer soñar. Dejan de querer amar. Amar lo que sea, amar la mañana, amar la tarde, amar al ser, amar la vida...

Soberbios que todo lo saben. Soberbios que no permiten que se les cuestione. Soberbios que no dejan que alguien ponga en duda lo que creen, lo que piensan, lo que desean... Dejan de crear, dejan de generar riqueza y se vuelven parasitos de su propia vida y existencia. Niegan cualquier cosa que no sea lo que piensan. Olvidan que el proceso creativo se basa en la pregunta y en el querer las cosas diferentes.

El sol sale. Me baña y calienta su calor y su color. Dejaré de hablarles por que no se supone que esta novela sea mi vida, sino la de ellos, de esos cuatro que queremos conocer a fondo. Vivir sus vidas y conocerlos.

Juan duerme, Afonso duerme, Matias duerme y Camilo...

La luz comenzó a entrar en la habitación suavemente. Los dos cuerpos entrelazados, fundidos, casi hechos uno. La noche quedaba desnuda sobre el piso con la ropa de los hombres desparramada sin orden. El olor a loción y los cabellos revueltos sobre las almohadas no dejaban duda de lo que había sucedido. La mirada de él enfocada al techo dejaba mirar sus largas pestañas. Sus ojos color miel delineaban su rostro perfectamente mientras la luz comenzaba a entrar en la habitación. Su cabello lacio y claro contrastaba con el pelo negro rizado de Camilo. Dormía, Camilo dormía mientras él lo miraba. Su mano no soltaba la de Camilo. Entrelazadas las manos que en su momento debieron de haberse apretado en un climax conjunto que ambos crearon. La mañana iluminaba a la pareja...

El cuarenta de la calle de Rocío comenzaba un día. Pudiera ser el primero o el último, que más dá. Cada día es una nueva historia, un nuevo capítulo, una nueva posibilidad de amar.