15. Tiranos
14. Nuria...
13. La mañana
12. adiós y gracias...
11. Cabrón (2a parte)
10. Cabrón
09. tres días después...
08. A las catorce horas...
Juan.
El departamento de Juan, en blanco, muros blancos, techos blancos, telas blancas, blanco constante, generaba paz. Los pinceles en su gran colección de cuadros por todos lados, eran el toque de color. Como él lo decía: “Muros blancos, pisos claros, luz y sombra por todos lados; el color lo definen los seres humanos que lo habitan y lo toman haciendolo creación en sus manos… los cuadros, mis cuadros…”
El color plateado de la pistola automática ‘Walter PPK’ 9 milímetros junto a una mancha roja sacudían la vista. Rompían la perfecta armonía de lo blanco y color de arte. El rojo que corría por la camisa de Juan tirado en el piso, gritaba mudo, mudo color, estridente silencio.
El grito de Camilo, llamandolo, rompió el tranquilo sonido del viento entrando en las ventanas del departamento. Cortinas moviendose con la brisa, cortinas blancas. Los pasos apresurados, saltando escalones dejaban claros los pasos de Matías que subía las escaleras. La puerta abierta de golpe por Alfonso, de su departamento, al grito de Camilo, un piso arriba; dibujaba la cara perfecta de la sorpresa, hecha cuadro en el rostro de Alfonso. Se movió hacia fuera y caminó hacía el pasillo asomando su cabellera negra brillante, para alcanzar a ver a Matías corriendo hacía arriba.
Don José, abajo miraba la escalera y asomaba a la calle, la puerta abierta, la gente tranquila pasaba, el drama adentro pasaba… ¿qué tenía que hacer? ¿A quién llamar cuando suceden estas cosas…?
La sorpresa, el grito, las voces, los pasos, el caos en el cuarenta de la calle de Rocío…
María.
María alcanzó a escuchar el grito. Subió a su auto, sabía que sucedía lo que ella había presenciado y no quería estar ahí. Jorge la miraba sorprendido de la forma en que había subido al auto. Estaba revisando su celular y chateaba en ‘facebook’ cuando María subió corriendo al auto. Su cara estaba pálida, su mirada firme al frente… el chat quedo solo con preguntas, el timbre de entradas sonaba, preguntas, preguntas, no hay tiempo para pausas en un chat… olvidó poner “vuelvo”, “brb”, lo que sea… el tintineo seguía cuando el celular entró a la bolsa de Jorge que miraba cuestionante a María.
- ¡Vámonos! - Grito María.
Ordenó. Jorge encendió el auto y arrancó. La casacada de preguntas caían en su mente como la cascada de preguntas de su ‘facebook’ caian en su pantalla dentro de su saco, unas empujaban para salir por su boca, mientras las otras se ahogaban en la red mundial, unas jamás serían contestadas de forma directa, las otras quedarían convertidas en bytes sin bytes de respuesta…
- ¡Callate, no preguntes, núnca me preguntes, no digas nada… solo maneja y callate! –
Nuevamente gritó María. El auto se alejó, las calles seguían su paso de sábado. El reloj marcaban las 14:03 brillantemente en el tablero del auto. María comenzó a llorar. Jorge solo manejaba.
Matías.
La madre de Matías escuchó el silbido de la tetera anunciar que el agua estaba lista. La mujer cansadamente caminó hacia la cocina. Lentamente abrió el cajón y retiró la caja bellamente decorada con incrustaciones en varios tonos de madera. Un bello trabajo lleno de paciencia. Colocó la caja sobre la mesa y la abrió. Varios sobres con el anuncio de lo antigüo bien impreso decían “Lippton” y en colores tenues se mostraban. Paciencia de elección en un mundo rápido.
Despacio pasaba sus uñas color vino y perfectamente manicuradas en cada uno de los sobres. Cuantas veces había hecho ese toque suave en su vida. Caricia suave de lo conocido, del momento conocido… cuantas tardes, cuantas mañanas, cuantas noticias, cuantas lágrimas, tomandose el tiempo para elegir un sobre… Ese día, ese último día de elección de sobre tomó un “English Breakfast”… sintió presión en su pecho.
El dolor creció, más y más fuerte. Se llevó la mano al pecho y presionó la medalla de la Virgen de Guadalupe plateada y rodeada de un filo de oro que tanto atesoraba. Jamás se la había quitado desde que el padre de Matías se la había obsequiado en aquel 12 de diciembre de… no recordaba el año. Se sorprendió a si misma de pensar en ello, buscaba una fecha, un año. Quería recordarlo. El dolor crecía. No soportó más el dolor, se dobló en cuclillas, pensó en el momento en que Matías nacía, un dolor impresionante, pero lleno de emoción, venía al mundo su hijo. Su vista se nubló y recordó aquella sala, aquella luz fortísima que la cegaba. Los médicos a su alrededor. Un niño, un varón dijeron, el dolor llegó a su garganta. Calló al piso y apenas pudo susurrar…
- Matías… hijo, hijito, Matías… - No dijo más. Nunca dijo más.
María.
El reloj del auto marcaba la hora: 14:05
- ¡Dios! ¡Nosequedijesoloquieroqueestétranquiloquesupieralonuestroquelaniñaestababienqueerasumáximoleconfeséquesituveunamanteperoquelonuestrohabíamuertoquenoteníanadaquever…¡hay Dios! – gritó freneticamente María.
- ¡María! ¡Tranquilizate que no te entiendo nada, por favor habla más despacio! – alzando la voz Jorge trató de tranquilizarla.
El auto corría, Jorge había entrado al viaducto y rebasaba los 120 kilómetros por hora cuando desaceleró. Bajaron las revoluciones del auto y la música de ‘Enya’ daban un golpe tenue a la escena. La paz de la voz de Enya contra los gritos y sollozos de María. Escena extraña…
Jorge salió a la lateral y detuvo el auto.
- María, tranquila – la abrazó.
Sea lo que sea, cuentame, dime, que pasó. Solo le darías los papeles de la escuela de la niña, le comentarías acerca del viaje… ¿que sucedió?
- Nada Jorge, no quiero hablar jamás de lo que sucedió, jamás debió de haber sucedido… jamás debí de haberlo visto… nunca, nunca, soy una estupidanodebíhabermeabiertosoyunatontaloodioynosecomopudeamarloojalasematecomomedijoojalasemueratodotodoel… -
María rompía en llantos y balbuceos.
- ¡Carajo! Fijate que dices, fijate que estás diciendo. ¡No digas pendejadas!
María se bajó del auto sin pronunciar más palabras. Jorge golpeó el volante. Miró por el espejo y vió que María caminaba por la acera en sentido contrario a donde iban. Miró el espejo, a lo lejos un camión circulaba. Abrió la puerta y bajó del auto. Caminó hacia ella. La llamó. María aceleró el paso, su cabello cubría su rostro, sus manos sostenían su cara. Lloraba desconsolada. Jorge volvió a llamarla, María comenzó a correr llegando a la esquina. Jorge dudó y pensó en volver para apagar el auto que estaba en marcha. Arrancó la llave y al volver, ella caminaba apresurada. Corrió hacia ella, gritó su nombre. María giró. Miró sus ojos. Saltó y hecho a correr nuevamente cruzando la calle y el camión ni siquiera alcanzó a frenar. El golpe fue fuerte y el cuerpo de María voló varios metros acercandola a Jorge que miraba horrorizado…
07. Amor muerto...
06. Deslealtad
Juan olvidó por completo que María había quedado de visitarle ese sábado. Su negativa interna y aceptación superficial en lo externo no sincronizaron que lo agendara. Al verla entrar, y con ella la estela de silencio que provocó su arribo, comprendió su negativa inconsciente horas antes de que Nuria pasara la noche con él.
María… la mujer que pudo ser, pero no fue. La belleza del cabello largo, dorado, cuerpo delgado y sensualidad hasta en la punta de sus uñas, se extinguía, se esfumaba, desaparecía… el tiempo causa estragos en aquellos que permiten crecer sin evolucionarse.
María… la dama, la ingenua, la amable, la puta, la ‘femme fatale’, la ilustrada, la pupila, el amor, el amor de vida… María, el recuerdo.
Ofreció su asiento al ponerse de pie y mirarla. Su mirada aun lo cautivaba, lo poseeía. Odiaba ser rehén, odiaba su decepción de sí mismo al mirarla y saberse superado en su propio control. No la amaba pero no podía negar aún quererla.
“María, amor mío, el que fué… me voy unos días. No quiero verte cuando vuelva. Para que no equivoquemos, en 10 días exactos. Lo hablamos, lo acordamos. Está dicho. No dejes nada de ti, no dejes nada que huela a ti. Me lastima y por respeto a eso que llamabas -amor a mí-, si acaso no sea una más de tus frases armadas, quitalo, limpialo, barrelo, levantalo, llevatelo, desaparecelo…
Dejo comida en el refrigerador, hice super… jamás pensaste que lo haría; jamás dejaste que te sorprendiera. Te pido respeto y espero que tu nuevo amor también se respete y no pretenda visitar un espacio que no le corresponde. Rincones escritos de ambos, espacios donde no creo que quiera ser recordado cuando en tu mente solo me pertenecen a mi.
¿No volverás? Puedo leer tus labios decirlo. Bien, haslo. Al menos dignidad tienes; espero… La niña estará bien, te llamará diariamente, puedes llamarla tu también. No escondo nada.
No te odio, pierde cuidado; ¿lastimarte? espera, que lo haré. Sigue leyendo y verás cuanto te lastimo. Usaré tu propia incongruencia en contra tuya. Tu misma te lastimarás. ¿Mucho amor? pues en la misma medida te será devuelto mucho dolor. Yo descanso al escribir esto; tu te revolcarás en tu interior al querer replicar, en defensa. Pero María... ¿qué pretendes defender? no te escucho más. Eres tan viva para mí, como los cuadros sin ojos de Modigliani... efectivamente, nunca supe quien eras en verdad.
¿Odiarte? eso sería darte mucho lugar. Te respeto por increíble que parezca. Te evitaré, eso sí; no quiero perder un segundo más de mi vida con alguien tan frugal, tan fácil, tan simple que cualquiera lo toma… las rosas al menos tienen espinas, hablo de rosas de camellón... ¿comprendes?
Adiós María, anda, ve, rompete más; rompe corazones, rompe metas, rompele la madre a quienes les digas con tu vocecita "te amo"... al fin y al cabo la que se está rompiendo eres tú. Tienes la capacidad ya probada de poder hacerte la víctima. Haslo, haste la víctima, al fin y al cabo; la "obra de teatro" es tuya... te recuerdo que a las 500 representaciones la taquilla baja en ventas.
Adiós María. Te amé, totalmente. No te fallé, jamás. De haber sentido algo por alguién más, te hubiera dicho, hubiera confrontado, hubiera aceptado los costos que tuviera. No me hubiera quedado como lo hiciste, callada, en silencio y encima esperando a que mis suposiciones fueran expresadas por mí. No te culpo por encontrar a alguien más. Te culpo por la cobardía de dejar que el silencio hiciese en mis palabras encontrar la verdad. ¿No quisiste lastimarme? Por Díos, ¿crees que no lo hiciste?... ¿dijiste que esperabas el momento apropiado? Mujer; el momento apropiado era en el momento apropiado en que dejaste de amarme o quereme, o... necesitarme. Ni antes, ni después. Crees que yo esperé el maldito momento apropiado para decirte que te amaba, no. Lo dije justo en el momento que lo sentí; lo apropiado hubiese sido no dejar que yo continuara pensando en tí.
Disfruta, eres libre y muy libre veo. Repartes amor como veo de flor en flor... cuidado, no sea que te marchites en tanta busqueda.
¿Qué cruel? tu silencio lo fue más. Espero nunca lo sufras. Creeme es espantoso. A tu nuevo amor sólo le deseo que sea prudente... puede que lo dejen en silencio.
Ya puedes ir arrugando esta carta que escribo, punto final a las miles que te escribí desde el día que te conocí. Yo no me arrepiento, mucho menos dejo de agradecer que fuiste la madre de nuestra hija; pero el punto final que pusiste… resume lo que eres. Tu definelo, tu serás tu juez.
Adios.
Juan”
Casí podía ver esa última carta que escribió. Furioso, enojado, engañado. El sabor y el sentir la deslealtad es espantoso. Máxime cuando ni siquiera pudo decirlo, máxime cuando con sus silencios y cabeza baja dejó que él supusiera, dejó que él dijera casi paso a paso el desarrollo de su infidelidad. Cuando que desde siempre él propuso decirlo, preverlo, anunciarlo, buscar solución antes del desenlace fatal.
Trataba de respetarle, pero María era para él desde esa noche, que con sus silencios anunciaba estar poseeída por otro; monumento a la deshonestidad.
Se sentó delante de ella y sin siquiera ofrecer algo, cruzó brazos y piernas. Matías comprendió al mismo tiempo que miraba hacia Alfonso que era momento de la retirada. Ambos aun de pié. Ambos se despidieron brevemente. Ambos salieron y la puerta se cerró.
María miraba a Juan. Juan miraba a María... Juan sabía que no la volvería a ver.